Buñuel decía, y es un tema constante
de su cine y de sus memorias, que la imaginación es libre, pero que el hombre
no lo es. La moral, el pudor, la religión, el mero respeto a la libertad ajena,
la sociedad en definitiva, lo limitan y oprimen. Pero en su fuero interno puede
pensar, imaginar y expresar a través del arte lo que le venga en gana. Tras un
siglo de historia, hemos logrado invertir completamente esta sentencia: hoy, el
ser humano es libre, pero la imaginación
no lo es. Ha sido sometida y colonizada por una variedad de medios sutiles y
burdos, que orientan la mirada y determinan las imágenes que pueblan nuestro
cerebro despierto, quizás también nuestros sueños cuando dormimos.
El cine de Buñuel nos dice que la
libertad no es una condición civil, sino una mirada nueva sobre el mundo de la
representación. Buñuel cogía prestadas imágenes, como las santas, cristos o
apóstoles de la iconografía católica, y los convertía en otra cosa, porque su
imaginación estaba impresionada pero no colonizada. Había espacio entre la
representación religiosa y su imaginación, un espacio que llenaban hormigas,
vacas, curas, navajas, miserables, y otros elementos del mundo visible y de la
experiencia vital, con los que podía jugar.
Existía un “fuero” interno, una soberanía de la imaginación que no es un lugar
vacío, sino un lugar poblado por imágenes del mundo.
Las tecnologías del nuevo
capitalismo están logrando lo que soñaron los más fantásticos dioses e inventó
el escaparate de las tiendas de las ciudades: que miremos todos a un mismo
sitio, lleno en apariencia de variedad, pero homogéneo y plano como
experiencia. Esta disciplina de la mente es la contrapartida de una vida
individual liberada del pudor, la moral, la religión, el respeto y la sociedad.
La imaginación no es libre, el hombre lo es. Podemos ser cualquier cosa, amar a
cualquiera, transformarnos, expresar cualquier opinión, ejecutar cualquier
acción. No podemos imaginar –ni representar- el incesto, pero podemos ser
incestuosos. No podemos imaginar –ni representar- el crimen, pero podemos
matar. Los jóvenes norteamericanos que apagan el ordenador en el que viven y se
dirigen a su instituto para cometer una matanza son la vanguardia de esta
especie plana que no puede jugar con la representación porque no tiene
distancia con el mundo. No tiene fuero.
Es lógico que, en paralelo, se persigan las obras de la imaginación como
desafueros: Lolita es leída como una apología del incesto, y en esas mismas
escuelas norteamericanas se prohíbe la lectura de libros que expresan el
racismo –como Matar a un ruiseñor- pues la representación del mal es el mal. La
imaginación no es libre, el hombre sí lo es.
La falta de distancia con el
mundo es fruto de un siglo más de capitalismo, el gran aplanador, pues lo
convierte todo en mercancía, ahora bajo la apariencia de la comunicación. En su
infinito avance, ha encontrado nuevas tierras para su expansión. Sólo que no
están fuera sino dentro, en los cuerpos y mentes que pronto serán una única
cosa en el espacio plano de la información, culminando el sueño del capital de
convertir toda experiencia del mundo, todo mundo, en mercancía. El capitalismo
es libre, el hombre no lo es. Tras culminar la colonización del mundo, se ha
embarcado en la colonización de los espíritus. No nos oponemos porque está
hecho de nuestra materia, es lo mismo que somos, y por primera vez en la
historia, ha dejado de existir distancia entre productor y producto, entre
capital y mano de obra, entre materia prima y transformación. Nos producimos a
nosotros mismos y a nuestra sociedad de amigos en el juego infinito de las
redes, confundido el fuera y dentro, la apariencia y el anverso, la
representación y la realidad. La distancia con el mundo resulta ahora
terriblemente ingenua.
Ante esta destrucción del fuero
interno, hago dos propuestas, una conservadora y una progresista, ambos
términos del mundo antiguo:
- - Alejar a niños y jóvenes de las máquinas para
permitir que desarrollen su fuero interno al menos hasta que puedan votar. O
bien, otorgar el voto junto con el móvil. “Un móvil, un voto” debería ser el lema
liberal del siglo XXI.
- - Tomarse en serio la aventura espacial, vista
ahora como tan ingenua. La colonización de otros planetas es el tipo de
aventura exterior que puede alejar, por un tiempo, al capitalismo de nuestras
mentes y a los jóvenes de las armas automáticas.