miércoles, 21 de febrero de 2018

A propósito de Buñuel y la imaginación



Buñuel decía, y es un tema constante de su cine y de sus memorias, que la imaginación es libre, pero que el hombre no lo es. La moral, el pudor, la religión, el mero respeto a la libertad ajena, la sociedad en definitiva, lo limitan y oprimen. Pero en su fuero interno puede pensar, imaginar y expresar a través del arte lo que le venga en gana. Tras un siglo de historia, hemos logrado invertir completamente esta sentencia: hoy, el  ser humano es libre, pero la imaginación no lo es. Ha sido sometida y colonizada por una variedad de medios sutiles y burdos, que orientan la mirada y determinan las imágenes que pueblan nuestro cerebro despierto, quizás también nuestros sueños cuando dormimos.
El cine de Buñuel nos dice que la libertad no es una condición civil, sino una mirada nueva sobre el mundo de la representación. Buñuel cogía prestadas imágenes, como las santas, cristos o apóstoles de la iconografía católica, y los convertía en otra cosa, porque su imaginación estaba impresionada pero no colonizada. Había espacio entre la representación religiosa y su imaginación, un espacio que llenaban hormigas, vacas, curas, navajas, miserables, y otros elementos del mundo visible y de la experiencia vital,  con los que podía jugar. Existía un “fuero” interno, una soberanía de la imaginación que no es un lugar vacío, sino un lugar poblado por imágenes del mundo.
Las tecnologías del nuevo capitalismo están logrando lo que soñaron los más fantásticos dioses e inventó el escaparate de las tiendas de las ciudades: que miremos todos a un mismo sitio, lleno en apariencia de variedad, pero homogéneo y plano como experiencia. Esta disciplina de la mente es la contrapartida de una vida individual liberada del pudor, la moral, la religión, el respeto y la sociedad. La imaginación no es libre, el hombre lo es. Podemos ser cualquier cosa, amar a cualquiera, transformarnos, expresar cualquier opinión, ejecutar cualquier acción. No podemos imaginar –ni representar- el incesto, pero podemos ser incestuosos. No podemos imaginar –ni representar- el crimen, pero podemos matar. Los jóvenes norteamericanos que apagan el ordenador en el que viven y se dirigen a su instituto para cometer una matanza son la vanguardia de esta especie plana que no puede jugar con la representación porque no tiene distancia con el mundo.  No tiene fuero. Es lógico que, en paralelo, se persigan las obras de la imaginación como desafueros: Lolita es leída como una apología del incesto, y en esas mismas escuelas norteamericanas se prohíbe la lectura de libros que expresan el racismo –como Matar a un ruiseñor- pues la representación del mal es el mal. La imaginación no es libre, el hombre sí lo es.
La falta de distancia con el mundo es fruto de un siglo más de capitalismo, el gran aplanador, pues lo convierte todo en mercancía, ahora bajo la apariencia de la comunicación. En su infinito avance, ha encontrado nuevas tierras para su expansión. Sólo que no están fuera sino dentro, en los cuerpos y mentes que pronto serán una única cosa en el espacio plano de la información, culminando el sueño del capital de convertir toda experiencia del mundo, todo mundo, en mercancía. El capitalismo es libre, el hombre no lo es. Tras culminar la colonización del mundo, se ha embarcado en la colonización de los espíritus. No nos oponemos porque está hecho de nuestra materia, es lo mismo que somos, y por primera vez en la historia, ha dejado de existir distancia entre productor y producto, entre capital y mano de obra, entre materia prima y transformación. Nos producimos a nosotros mismos y a nuestra sociedad de amigos en el juego infinito de las redes, confundido el fuera y dentro, la apariencia y el anverso, la representación y la realidad. La distancia con el mundo resulta ahora terriblemente ingenua.
Ante esta destrucción del fuero interno, hago dos propuestas, una conservadora y una progresista, ambos términos del mundo antiguo:
-     -  Alejar a niños y jóvenes de las máquinas para permitir que desarrollen su fuero interno al menos hasta que puedan votar. O bien, otorgar el voto junto con el móvil. “Un móvil, un voto” debería ser el lema liberal del siglo XXI.
-      - Tomarse en serio la aventura espacial, vista ahora como tan ingenua. La colonización de otros planetas es el tipo de aventura exterior que puede alejar, por un tiempo, al capitalismo de nuestras mentes y a los jóvenes de las armas automáticas.