Jo Cox tenía 41 años, un pasado,
una carrera profesional, un futuro político, ideales, trabajo, un partido, experiencia,
amigos, enemigos; tenía un marido y dos hijos, una barcaza en el Támesis, un
puesto de diputada, aficiones, esperanza.
Thomas Mair vivía solo, trabajaba a veces como jardinero, hacía la
compra para su madre dos veces por semana, era tranquilo y discreto. Sus vidas –la
vida llena de Jo Cox y la vida vacía de Thomas Mair- se cruzaron cuando Mair
buscó a Cox para asesinarla a tiros en plena calle.
En “Historia de un alemán”
Sebastían Haffner cuenta cómo el aburrimiento fue una de las causas del ascenso
de Hitler. Tras los años de emociones asociadas a la guerra mundial y sus dramáticas
sorpresas, los alemanes tuvieron que volver a sus vidas privadas, pero, a
diferencia de los ingleses y de los franceses, no estaban dotados para la vida
privada. Sin pasión por la jardinería e incapacitados para la joie de vivre, esperaron que una nueva
fuerza les sacara del aburrimiento y la soledad en el que habían caído y les
ofreciera una idea colectiva con la que llenar sus vidas.
La globalización no solo desplaza
el capital y la inversión en el mundo, también el sentido. En muchas ciudades
de Europa, en muchos barrios, no solo ha desaparecido la industria, el empleo,
la prosperidad, sino sobre todo el sentido de las palabras trabajo, barrio,
clase, nación. Vaciadas de su sentido, cuelgan tiradas como pieles de una
serpiente que ha mudado. Pero los humanos no soportan el vacío, tienden a
llenarlo con cualquier idea, con trastos de la historia, con restos de las
viejas ideologías. Con odios.
El fanatismo de los Mair, de los lobos
solitarios, de los yihadistas de internet, se comunica por los circuitos vacíos
de Europa. Atacan la vida llena porque les ofende y porque la perciben como
insultante, acaparadora, cosmopolita y ajena. Odian tener que cargar con la
propia vida, tener la responsabilidad única de llenarla y de dotarla de sentido.
No hay tanto sentido en el mundo como para llenar tantas vidas privadas.
La violencia es el producto del
encuentro entre el lleno y el vacío. Por eso, más que la riqueza, lo que hay
que empezar a redistribuir en Europa es el sentido.
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