Se habla mucho de dos almas en Podemos, la rupturista, que quiere iniciar un proyecto constituyente y la “moderada”,
de corazón o de estrategia, que quiere ganar las elecciones y por lo tanto
necesita un discurso más centrado o central. Es verdad que hay dos almas, pero
no tienen nada que ver con la radicalidad o la estrategia electoral, sino con
la legitimidad de origen. Pues Podemos tiene dos fuentes que siempre cita y a
menudo confunde: la crisis económica y el 15M. Y son dos fuentes socialmente
muy diferentes, aunque se solapen. La crisis económica, los recortes,
la desigualdad, remiten a un discurso de izquierdas, que exige redistribución
de los recursos y nuevas formas de toma de decisiones, una refundación social
demócrata, por así decirlo. Diversas izquierdas, mareas, descontentos más
difusos y segmentos de clase obrera y media coinciden en sus filas y se
reparten entre los tres o cuatro partidos de raíz socialista o comunista.
El 15M es otra cosa y exige
otras formas políticas y otros discursos. Ante lo que se levanta el 15M, si lo
entiendo bien, es ante el cierre de las posibilidades vitales de varias
generaciones. Todos los mecanismos de integración social se han visto
bloqueados, sobre todo el empleo, pero también las estructuras políticas y los
puestos de poder. Los jóvenes, lo que incluye a personas que se acercan a los
cuarenta, no tienen espacio de poder ni capacidad de mantener un proyecto de
vida, algo empeorado hasta límites insoportables por la crisis de empleo. Las anteriores
cohortes del babyboom clausuran su horizonte y prometen mantenerse por muchos años
en los puestos de autoridad y en trabajos semi estables, burgueses u obreros. A
eso se une la falta de una ilusión o empeño colectivo de cualquier tipo, como
si todo hubiera terminado con la transición de la que sus mayores hablan
constantemente. Sin proyecto generacional ni individual, ¿qué les queda? El 15M
es sobre todo una revuelta generacional, de ahí que su discurso esencial no sea
la redistribución sino el regeneracionismo (es decir, el recambio
generacional). El mundo político no les representa, literalmente, pues además
son una minoría en una sociedad que envejece. La transición no es su cuento. La
participación no es una técnica sino una necesidad de colocar las energías en
algún lugar interesante y relevante.
Cuando Podemos habla de que no
existe derecha e izquierda, tiene razón, pues el descontento es transversal
(generacional), lo que también puede representar Ciudadanos. Así que, paradójicamente, los discursos más radicales no vienen de la extrema izquierda,
sino de la voluntad de recambio total de los jóvenes excluidos del proceso
social. No solo no es un tema menor sino que el gran problema histórico de las
sociedades siempre ha sido cómo incluir a las generaciones nuevas, en la
propiedad de la tierra o en los símbolos patrios. Las masas de jóvenes árabes
sin empleo bien lo saben (pero este es otro tema).
Por lo tanto las dos almas de
Podemos son un problema real y sin solución, pues rara vez un único discurso
puede absorber planos de la realidad diferentes y legitimidades tan ajenas (salvo
en momentos revolucionarios o populistas, quizás). Pero es el mismo problema
que tienen IU o el PSOE, todos incapaces de responder a la vez a un problema de redistribución y de regeneración. El
neoliberalismo por su parte no conoce ese problema: solo ofrece integración a través del
consumo y como todos sabemos, en ese mundo los jóvenes son siempre la
vanguardia.
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