Es difícil combatir un mal que no
se comprende. Esto sucede ahora con la violencia de género. Hemos aprendido a contar
–y a veces a creer- a las víctimas, aunque no a protegerlas, pero seguimos sin
entender bien el fenómeno. La violencia es uno de los conceptos más complejos y
peor tratados de las ciencias sociales. En primer lugar porque engloba
fenómenos muy diferentes, con sentidos opuestos. Ha sido explicada por su
utilidad y por su irracionalidad, como efecto de la falta de normas y como
respuesta a su exceso; como patología individual y como herramienta colectiva,
como falta o pérdida de sentido y como sentido desbordado por no existir un marco
cultural o institucional que lo encauce o limite. En definitiva, es una cosa y
su contrario, quizás porque el término significa sobre todo un lugar más allá
de lo social, donde las explicaciones y las palabras no alcanzan (Wieviorka).
Tampoco es evidente la relación
entre violencia y poder. Para algunos autores todo poder es sinónimo de
violencia y nace de una violencia originaria y que siempre existe en potencia.
Para aplicarlo al caso de la violencia de género, el patriarcado sería en sí
una violencia y por lo tanto, el maltrato una consecuencia obvia de la
estructura de poder. Para otra tradición intelectual (Hobbes), el poder es lo
que triunfa sobre la violencia humana y la limita, precisamente por su
capacidad de monopolizarla, desarmando la vida civil. El patriarcado sería,
siguiendo esta idea, no solo un sistema de dominio sino también de protección
de las mujeres frente a la violencia desordenada de los varones (en los estados
de guerra, por ejemplo). Finalmente, hay autoras (Arendt) para las cuales violencia
y poder se oponen, pues lo propio del poder no es su fuerza sino su capacidad
de organización. El patriarcado no precisaría el uso de la violencia porque se
basa en una organización (hecha de pactos) que institucionaliza el poder social y económico de los hombres
sobre las mujeres y el acceso ordenado a éstas.
Por último, una tradición
intelectual crítica (Bourdieu, Fanon, etc.) estima que existe una forma de
violencia sin sujeto, que llama simbólica. La forma en que las estructuras
sociales desiguales o las situaciones de opresión cultural (como es la
colonización) limitan la libertad de los individuos, niegan su subjetividad,
les obligan a presentarse ante los demás de una determinada forma, actúa como
la violencia que no necesita ejercerse directamente. Los propios sujetos se
infringen esa violencia al aceptar normas y asumir marcos de acción que
determinan sus comportamientos y les ponen en situación de peligro, de inferioridad
o humillación. El campo de la violencia se extiende así aún más y se hace casi
indiscernible de la opresión de cualquier tipo. El mismo orden social sería en
cierto modo una violencia sin sujeto ni objeto, pero con efectos claros sobre
la vida de las personas que están en posiciones subalternas, colonizadas o
inferiores. El problema de esta teoría es que, al poner en el mismo plano la
raíz de la opresión con sus manifestaciones, dificulta el trabajo político de
discernir y establecer prioridades. La insistencia en hablar de “violencias” en
plural es una expresión muy actual de este deseo de abarcar toda la realidad
que puede llevar, paradójicamente, a la impotencia.
Si en general el concepto está
mal explicado, en el caso de la violencia de género, la cuestión se complica. Hablamos
de acciones que no son ni individuales ni colectivas. Es decir, suceden en las
relaciones interpersonales y la violencia es ejercida por individuos sin
organizar y sin una finalidad común. Al mismo tiempo, no puede hablarse de un
fenómeno individual: se produce en un tipo de relación sentimental, culturalmente
determinada, sus víctimas son mujeres y sus pautas se repiten de forma
sistemática. Hay por lo tanto un sentido o una cultura colectivas que explican
su existencia y su extensión.
Tampoco es evidente su
“utilidad”. La violencia sin duda sirve para mantener la sumisión de la mujer
sobre la que se ejerce, pero no parece apuntalar todo el patriarcado, como se dice
a menudo. No es consustancial a la opresión o el dominio. Es más, los sistemas
estables e indiscutibles no necesitan ejercer la violencia y rara vez matan a
los que les sirven, aunque puedan hacerlo, precisamente porque pueden hacerlo. La violencia de género parece más bien una falla del sistema, una
huida, una anomalía. Como si al entrar en crisis el patriarcado, se hubieran
liberado dos fuerzas diferentes: por un lado las mujeres, más capaces de elegir
su vida y ser civilmente iguales. Por otro, los “hijos”, los varones libres de
ataduras morales que se enfrentan en solitario a su propio poder. La
privatización y fragmentación del poder del padre parece estar en el origen de
la violencia tal como se manifiesta ahora.
Por último, lo más misterioso es la
relación de la violencia de género con la igualdad. Tendemos a pensar, hijas de
la ilustración, que la violencia disminuye o desaparece entre iguales,
remplazada por la comunicación, el conflicto o el consenso. Y sin duda sucede
así, en parte, pero también sucede lo contrario: es precisamente cuando la
sociedad no reconoce una base cultural y legítima para las diferencias cuando
la igualdad se vuelve problemática. Tocqueville lo observó en la sociedad
norteamericana del siglo XVIII: donde las leyes no diferenciaban a blancos y
negros, es decir, en los estados sin esclavitud, la segregación y el desprecio
se multiplicaban, prohibiendo cualquier contacto entre razas. Arendt dedica su
obra “Los orígenes del totalitarismo” a analizar esta cruel realidad histórica.
Mientras los judíos fueron judíos se los podía aceptar o rechazar, utilizar o perseguir,
pero no hacía falta eliminarlos. Solo cuando se convirtieron en iguales e
indiscernibles, alemanes entre alemanes, se puso en marcha la maquinaria
ideológica que llevaría a su eliminación física.
Finalmente, el movimiento
feminista está debatiendo sobre la inclusión del término “terrorismo machista”
en la agenda pública. A mi entender, existe cierta confusión por la mezcla de
dos planos, el teórico y el estratégico. En el primer aspecto, se trata de
entender un fenómeno tan complejo utilizando analogías con otras violencias. En
el segundo, se busca generar una alarma y una respuesta estatal que esté a la
altura del problema, recurriendo a la imagen de la lucha contra el terrorismo
por su capacidad de sensibilizar conciencias y movilizar recursos. Ambos son
legítimos, pero las metáforas tienen vida propia y pueden terminar confundiendo
ambos planos.
En el plano teórico, nada hay más
opuesto a la violencia machista, que se basa en el silencio y el secreto, que
el terrorismo, que precisa y busca la publicidad. La violencia de género no es
un fenómeno “organizado” ni con fines abiertamente políticos (en el sentido de
influir en la discusión pública). Sin embargo, la acción del maltratador sobre
su víctima es sin duda una forma de terror: la demolición sistemática, a la vez
caprichosa y razonada, de una libertad ajena tiene la forma de un totalitarismo
de la vida cotidiana, y sus víctimas recuerdan a las que sobrevivieron a los campos
de prisioneros y de concentración, como vieron claramente las pioneras en este
análisis (Judith Herman). De nuevo, lo que más se parece al relato de una
víctima de violencia de género es la descripción del totalitarismo que hace
Arendt.
Es en eso precisamente en lo que
se distingue completamente de otras formas de violencia intrafamiliar. No en su
gravedad: la violencia de género puede aparentar ser mucho más “leve”, por
ejemplo cuando no se producen agresiones físicas, lo que complica enormemente
tanto el trabajo de los jueces como la interpretación de las encuestas y
estadísticas. Se distingue por el proceso destructivo increíblemente homogéneo
que llevan a cabo los maltratadores y que reconocerá cualquiera que haya escuchado
los testimonios de las mujeres. La lógica y la imperturbable sensación de
“tener razón” y la sorpresa ante el reproche social es también la de los verdugos que obedecen
leyes en los regímenes de terror.
Por lo tanto, en el plano teórico,
las metáforas y las analogías son útiles, siempre que las tratemos con seriedad
y no nos dejemos arrastrar demasiado lejos por su lógica.
El segundo plano es estratégico:
llamar terrorismo machista al asesinato de un número insoportable y creciente de
mujeres y niños/as al año permite agitar a una sociedad que se está
acostumbrando peligrosamente a estas cifras. Y reclamar al Estado los medios de
prevención y de protección que han
mostrado ser muy insuficientes.
Pero existe un peligro grande en
esta estrategia. En primer lugar, pone todo el foco en los asesinatos y por lo
tanto en la intervención policial y penal que debe ser mucho más eficaz, pero
que tiene terribles limitaciones, precisamente porque no se enfrenta a un grupo
armado y debe proteger a miles de víctimas de una violencia altamente
impredecible. La prevención y la protección y justicia para las víctimas
“ordinarias” debería ser la reivindicación esencial. Estas no encuentran aún
apoyos ni comprensión en la red social que las rodea y en la red institucional
que debería ayudar a escapar de la relación de maltrato con independencia de la
denuncia. Cuánto más se asimile la violencia de género al terrorismo, menos
comprenderá el fenómeno la sociedad en su conjunto (la familia, el vecindario,
el personal sanitario o social, las Ampas, etc.), menos se atreverá a actuar si
percibe algo y menos reconocerá en la situación “extraña” de la vecina, la
amiga, o la paciente un caso de violencia que necesita, sobre todo, escucha y
apoyo a su proceso de recuperación.
En segundo lugar y esto es aún
más grave, cuánto más exageramos los
términos (de maltrato a violencia, de violencia a terrorismo), menos
identificadas se sienten muchas mujeres que están padeciendo estas situaciones.
En un estudio fundamental sobre la violencia entre los adolescentes y jóvenes,
Luis Seoane describe el uso de la agresión que sustenta en gran medida la
formación de las personalidades masculina y femenina. La machacona y a la vez sutil
e imperceptible lluvia de humillaciones y violencias no podría nunca ser
descrita con términos como “terrorismo”, una trama demasiado gruesa para
atrapar la clase de pez que buscamos. Y lo que es peor: el estudio muestra que
los y las jóvenes no identifican en absoluto sus experiencias con los términos
de “violencia de género”. Menos aún lo harán con el de terrorismo. Y por lo tanto,
dejaran de escuchar los mensajes que les lleguen desde esa realidad
completamente alejada de sus vidas. Y las administraciones responsables de la
lucha contra la violencia dejarán de atender al sutil y poco dramático escenario
de socialización, despreciarán las experiencias cotidianas y los cambios y
políticas a largo plazo, para centrarse en la “lucha contra el terrorismo”. De
forma que las virtudes del término como alarma para una actuación inmediata son
también contrarrestados, para mí de forma inapelable, por las desventajas
descritas.
Todo tiene siempre efectos diversos y contradictorios (sean virtudes o pecados). Yo, por ejemplo, propongo el término, no como alarma para una actuación inmediata, sino para una toma de conciencia profunda. Y, aunque pudiera parecer otra cosa, o que no en todo, estamos de acuerdo en lo sustancial: https://www.academia.edu/12045202/Paralelismos_entre_terrorismo_y_violencia_machista
ResponderEliminarhttps://revistas.uam.es/revIUEM/article/view/413
https://www.academia.edu/7017144/Presentaci%C3%B3n_Paralelismos_entre_terrorismo_pol%C3%ADtico_y_terrorismo_machista
Un abrazo
Magnífico artículo. Me parece un desperdicio que esté publicado en un blog, creo que debería estar publicado en prensa. Si quisieras, sin duda habría medios dispuestos a publicarlo.
ResponderEliminarUn análisis concienzudo y perspicaz. Un enfoque que no había tenido en cuenta, debido a la alarma que suscita la escalada de asesinatos y abusos de mujeres en manos de hombres.
ResponderEliminarPor otro lado, me gustaría ponerme en contacto contigo para comentar un artículo en el que estoy trabajando. Sería muy interesante contar con tu punto de vista. Muchas gracias!
De nada. A ti por el interés... estamos en el mismo barco. Envíame mensaje por ej. por Twitter (@MarDzB) e intercambiamos correos. Estos días ando liada, pero buscamos hueco. Saludos
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